El otro día, un amigo un poco escamado por una mala jugada, me dijo: “Hoy no te puedes fiar de nadie. Yo no me fío ni de Dios”.

Parece que en esta jungla de asfalto ninguno podemos estar seguros ni de nuestro mejor amigo. Esto nos hace escépticos, y nos pone tensos para caminar por la vida. Yo te sugiero un cambio de perspectiva.

Si criticas a otros, otros lo harán de ti. Nada hay más bello que tener un buen concepto de los demás, de hablar bien de todos, de ver la parte buena de las personas, de confiar en los otros.

Es preferible pecar por confianza, que no estar siempre desconfiando. Es preferible quedarse callados antes de condenar o desprestigiar a otros. Nosotros mismos somos los más beneficiados.

Es cuestión de cambiar nuestros hábitos, de ponernos a pensar más detenidamente en la realidad profunda de esta actitud.

Cuando no podemos hablar bien de las personas es mejor quedarse callados.

¡Cuánto mal nos hacemos a nosotros mismos y a la sociedad en que vivimos cuando nuestra conversación es negativa! Echamos más leña al fuego y somos ya dos los desanimados.

Necesitamos personas constructivas, que infundan mucho ánimo y mucho valor, porque sí es posible construir una sociedad y un mundo mejor.